De nuevo el tiempo ha sido protagonista en la Semana Mayor gaditana, pero esta vez, por fin para regalarnos el esplendor tan soñado y añorado que nuestra fiesta se merece. Con un sol radiante, a las 13:45 h, salía por vez primera la novedad más destacada de este año, el “nuevo”, Nuestro Padre Jesús del Amor Despojado de sus vestiduras, y lo hacía d
Gratificante es ver, por otro lado, cómo el enriquecimiento de nuestras hermandades siempre a base de sufridos sacrificios se hace patente cada año. Pasos como el de Jesús de las Penas, Sagrada Cena, Ecce-Homo, Columna, Misericordia, Oración en el Huerto o el flamante de Jesús Caído en sus distintos estados de ejecución, se suman ya al enorme patrimonio del que por fortuna disponemos en Cádiz y que ponen su granito de arena para ennoblecer y otorgar a nuestra fiesta un lugar privilegiado en el marco de nuestras homónimas andaluzas más laureadas. Ánimo damos por el contrario a determinadas hermandades que ven estancado su proyecto por una u otra razón durante años como lamentablemente es el caso del paso de palio de la bella imagen de la Virgen de Gracia y Esperanza que entre espera y espera se desespera.
Hermandades de “bulla”, así como las más sobrias de “negro” nos han deleitado con su desfile. La una con su regocijo y la otra con el recogimiento que llevan por bandera ya sea a los sones de una leve música de capilla, u “horquillas silenciosas”. Bellos momentos nos han ofrecidos distintos rincones y condiciones, porque si bellas fueron las estampas de nuestras cofradías con el reflejo de aquel sol radiante, no menos bellas fueron por ejemplo las imágenes que nos ofrecieron la penumbra de oscuridad “a cirios” y silencio de una repleta plaza de San Francisco que se descubría al paso de la Virgen de las Angustias, o Caminito, como vulgarmente es conocida esta antigua hermandad. Ambas dan una variedad de estilo tan enriquecedor como el oro mismo.
Como casi no se recuerda, así ardió este año el incienso y quemó la cera. Sólo es de esperar que a estos ocho años de aguadas le sigan al menos otros ocho de sol y que esa temible e indeseable agua caiga sobre los pantanos y las fértiles tierras tan necesitadas en su debida cantidad.