viernes, 27 de abril de 2007

SEMANA SANTA:LA FIESTA

La expresión de la pasión en la semana santa gaditana

En una ciudad tan abocada a las celebraciones de tipo “carnal”, no es raro que la Semana Santa gaditana se haya visto con frecuencia eclipsada por la fiesta de febrero. Los escritos dedicados al estudio de esta celebración son escasísimos y los archivos de las propias hermandades no pocas veces han sido expoliados o reducidos a cenizas por las llamas provocadas por insurrecciones de carácter profano, que en ocasiones puntuales de la historia, ocasionaron además la pérdida de numerosas piezas de gran valor artístico irrecuperables para nuestra ciudad. Los años de la Segunda República española fueron los peores en este sentido. En estos tiempos fueron saqueados determinadas iglesias y conventos como por ejemplo el de Santo Domingo, donde se perdieron además de muchos objetos de gran valor artístico, los archivos de la cofradía de las Cigarreras y la antigua imagen de Nuestra Señora del Rosario, Patrona de la ciudad. Sin embargo, es precisamente por esta falta notoria de documentación, por la que creo conveniente realizar este modesto artículo, que no pretende ir demasiado lejos ni ahondar en lo mas profundo de la razón de su celebración, sino sólo “arrimar el hombro” y contribuir con mi particular granito de arena a través de estas páginas que hoy me brindan la ocasión, a divulgar y difundir la expresión de la pasión cofrade de los gaditanos, dar a conocer una fiesta en la que los ciudadanos expresan cada trescientos sesenta y cinco días, su religiosidad popular.

Para ello dejaremos a un lado, a pesar de la evidente y estrecha relación existente, todo aquello que haga referencia a la ortodoxia propugnada desde el Vaticano. De este modo, podremos abordar el tema desde una óptica más popular. En este sentido, podemos comenzar haciendo una distinción entre la población, basándonos en criterios relativos a la forma en la que esta celebración repercute en cada individuo, distinguiendo tres grupos a mi juicio, bien definidos. El primero de ellos, daría cabida a aquellos que ciertamente manifiestan sus inquietudes religiosas por medio de esta religiosidad popular, en mi opinión, los menos. El segundo, englobaría aquellos a los que gustan disfrutar de todo un glosario de simbolismos en los que no creen, pero que ya sea por tradición, por costumbre o por la atracción que provoca en ellos la majestuosidad de un arte, en su mayor parte barroco, entran a engrosar la lista de defensores de este festejo popular. Y por último, un tercer grupo formado por los detractores o simplemente por aquellos que no participan. En relación a esto último, debemos señalar que en los últimos años estamos asistiendo a un notable incremento en número del público asistente con respecto a años anteriores. No hay más que echar un vistazo a esas fotografías y videos de antaño para darse cuenta de la veracidad de lo que decimos.

Esta fiesta se va a caracterizar por un glosario de elementos que unidos todos ellos van a conformar un ambiente inigualable. No entenderíamos la Semana Santa de otra forma que aglutinando todos y cada uno de estos elementos que la conforman. El elemento ritual y simbólico, va a ser de suma importancia. La fiesta se encuentra impregnada en su totalidad de esta simbología. El color blanco usado como símbolo evocador de la luz, de la pureza, el verde de la esperanza, el dramático color rojo, o el negro del dolor, de la pena y del luto pueden verse como parte integrante en este compendio de simbolismos cada Semana Mayor. El exorno floral, también nos altera emocionalmente con la disposición inteligente con las que son exornados los pasos. Como ejemplo de esto vemos los clásicos claveles rojos, usados fundamentalmente por ese carácter dramático del que hablábamos, por su color intenso y evocador de la sangre que fue derramada por Cristo. Los escudos de las hermandades son otra muestra mas del privilegiado papel que ejerce esta simbología en el ámbito cofrade. Aquí todo tiene su sentido y nada de esto como vemos, es producto del azar, como tampoco lo es la disposición con la que se nos presenta el cortejo procesional en su conjunto, desde la Cruz de Guía, símbolo por excelencia del cristiano que abre camino guiando a los demás hermanos, la luz de los cirios de los penitentes que iluminan las callejuelas por donde han de discurrir los pasos, hasta el final del cortejo. Todo, absolutamente todo, está premeditado.

La Semana Santa es además, tremendamente disciplinaria y viene a reproducir a baja escala, distintos elementos de corte elitista, a pesar de ser usada por el sentir popular, encontrando su mejor exponente en las llamadas “Juntas de Gobierno” con un buen número de cargos sobre los cuales recaen determinadas responsabilidades para velar por el buen funcionamiento de la Hermandad, en las parcelas para los que fueron nombrados. Los distintos grados de hermanos jerárquicamente ordenados en función a la responsabilidad que ostentan dentro de la hermandad, pueden ser distinguidos en la calle por su ubicación en el cortejo procesional, además de por las diferentes insignias que estos han de portar. Pongamos como ejemplo la clásica vara de plata, en general ladrada y rematada en la parte superior con el escudo de la hermandad, algo que ha servido para conocerlos con la metonimia de “Hermanos-varilla” en el argot popular y cofrade. El cortejo procesional se divide en secciones, de las cuales estará a cargo precisamente uno de estos “Hermanos-varilla” quien velará por la seguridad de los hermanos que la integran abriendo y cerrando cada sesión, una serie de insignias dispuestas simétricamente provocando una meticulosa y cuidada estética, y que bien pueden consistir en faroles, varillas, estandartes u otros enseres.

El deseo de guardar la tradición, se entremezcla con la estética y el gusto por las tendencias barroquizantes. La Semana Sana no puede digerirse de otra forma que aglutinando en un mismo conjunto todos y cada uno de los elementos de los que se compone. La expresión en el rostro de unos titulares perfectamente tallados por el arte derrochado por el imaginero al labrar la madera, el tallista o el orfebre que los enmarca con verdaderos altares callejeros, ya sea en madera o en plata, los premeditados exornos florales, la disposición del misterio con el que se nos hace presentar al pueblo, el compás con el que pasean semejante conjunto artístico, la música que suena, las torrijas recién hechas, las oraciones cantadas por saetas bajo la luz tenue de unos bellos candelabros o guardabrisas, el anonimato de los que se encubren silenciosos bajo un caprichoso diseño de foscas túnicas, la disposición de éstos en el cortejo procesional, el olor que desprende unas piedras de incienso y carbón o la cera que se deja caer por las históricas calles y plazas de nuestra ciudad, etc... son sólo algunas de las muchas características que unidas todas ellas conforman este clima que se forja como sello de identidad propio de este folclor y que ahora, un año mas podremos disfrutar y participar de su grandeza desde el sublime momento en el que esas puertas del Carmen de par en par, se abran a la brisa del mar.